Regalemos Empatía
Decir que este año ha sido complejo, es poco.
Ha sido un año doloroso. Muertes, enfermedades, desempleo, desazón y desconcierto han atravesado la geografía social de nuestra Argentina.
Las diferencias también.
Ha sido común escuchar juicios de valor de los más distintos alcances, desvalorizaciones y descalificaciones de unas y unos hacia otras y otros.
Mientras, en ese contexto, convivimos con muchas personas que hicieron aquello que debían hacer, y mucho más que ello.
También hicieron esfuerzos extraordinarios quienes debieron sostener las fuentes de trabajo, propias y ajenas. Las organizaciones sociales que silenciosamente trabajaron para mantener comedores, merenderos y espacios de contención y acción social de múltiples formatos e incidencias. Las iglesias, en su amplia diversidad, han hecho también sus aportes significativos.
Voluntariados fueron surgiendo espontáneamente por todo el país. Gestos de vecinas y vecinos para con sus semejantes han «pintado» los barrios de solidaridad.
Se adoptaron distintas decisiones de gobierno, de múltiples y diversos alcances, generando las más variadas reacciones.
Es cierto, se afectaron derechos individuales y libertades. Nuestros derechos y libertades. Cada quien puede evaluar si ello fue o no una medida adecuada para el momento que se tomó. Cada quien puede evaluar si el bien común así lo exigía.
Los delicados y cambiantes equilibrios entre derechos, libertades, salud colectiva (que es la de cada quien), reactivación de la economía y demandas sociales fueron marcando las decisiones que se adoptaban.
Las sociedades, los gobiernos y el mundo entero, estuvimos inmersos en un mar de incertidumbres y temores.
Es cierto, es una pandemia, inevitable aunque mitigable cuando ya ha llegado, y que arrasa con vidas, salud, trabajo, producción, economía y agrava inequidades pre existentes.
Las desigualdades existían, y existen aquí y allá en un mundo muchas veces impasible.
La empatía apareció como palabra de encuentros y desencuentros.
Innumerables experiencias desconocidas de solidaridad recorrieron nuestros barrios, ciudades y el país.
También las otras, las experiencias de aquellas personas e intereses que, aún en pandemia, creían “poder salvarse solos”.
Algunas quizás eran de buena fe, movidas también por miedos e incertidumbres.
Otras, en cambio, deliberadamente se miraban a sí mismas tal como ya lo venían haciendo antes de la pandemia. El lado oscuro de la empatía aparecía nítidamente: la especulación.
La empatía requiere de tiempos para detenernos y reflexionar, para poder mirar, escuchar y sentir la realidad de la otra y el otro.
La prisa pre pandemia siguió al principio de la misma sin detenerse. Luego, ya se detuvo y allí cada persona pudo – y puede – ser empática sin mayores excusas.
Si me preguntasen qué quisiera que nos regalemos en estos tiempos de Navidades y Año Nuevo, desearía que fuera empatía.
Ella no está a la venta, no se puede comprar. Sencillamente se extrae desde el alma de cada una y uno de nosotras y nosotros.
Para ello debemos sentirnos parte de una comunidad, de una humanidad.
Por Pablo Gutiérrez Colantuono
Abogado, Prof. Universitario y Secretario de Estado del COPADE